sábado, 5 de noviembre de 2016

Un monstruo viene a verme (A Monster Calls)

Dice J.A. Bayona que con Un Monstruo viene a verme culmina su particular trilogía sobre la familia. Bien podría considerarse que su todavía corta (pero de indudable calidad) filmografía gira sobre el tema de la familia o, mejor dicho, sobre la pérdida de ésta. En todas sus películas padre o hijos se enfrentan a una pérdida irreparable. Es ese miedo a la muerte y a la ausencia lo que parece que ha sido el motor de Bayona en esta primera fase de su más que prometedora carrera. Un monstruo viene a verme es la culminación de esa obsesión por la pérdida, pero también versa sobre la aceptación de la misma. El joven protagonista (demasiado mayor para ser un niño, demasiado joven para ser un adulto) descubrirá que madurar es aceptar nuestras limitaciones y abandonar nuestros sueños. En definitiva, aceptar nuestra mortalidad y, por ende, la de los demás. Supongo que ahora que Bayona ha aceptado rodar Jurassic World 2 los temas familiares quedaran algo aparcados, aunque algo me dice que seguro que en esa cinta también habrá padres intentando salvar a sus hijos en peligro.

En Un Monstruo viene a verme Bayona nos entrega en imágenes un guión de Patrick Ness, quien adapta su propia novela, algo que siempre es una garantía. Un guión sobre un muchacho que debe afrontar la grave enfermedad de su madre y la posibilidad de perderla para siempre. A todo ello hay que sumarle el acoso escolar que sufre y la mala relación con su abuela. No es que la trama sea especialmente novedosa, incluso me recordó a El laberinto de Fauno por la capacidad del niño de usar la fantasía para huir de una terrible realidad, pero está rodada de una manera impecable. Qué demonios. No puedo ponerle ningún pero a la forma de rodar de Bayona. El tipo es un gran artesano a la hora de contar historias. Técnicamente estamos ante una película que roza la perfección, con una ambientación, una dirección artística y unos efectos especiales simplemente perfectos. A todo ello hay que añadirle el hecho de que, como ya pasó con Lo imposible, no estamos ante una gran producción de Hollywood. Por mucho que la historia se ambiente en Gran Bretaña y aparezcan actores de renombre internacional como Sigourney Weaver, Liam Neeson o Felicity Jones, estamos ante una película española en la que buena parte del capital es español.

 Sin embargo, la historia no alcanza el nivel de emoción de Lo imposible, cosa que tampoco esperaba nadie ni era obligatorio intentar. Bayona se obstina una y otra vez en intentar hacernos soltar una lagrimita y resulta un tanto pesado. Esas cosas surgen en el espectador de manera espontánea. Desencadenar en el espectador tal emoción a base de imágenes y sonido es lo que yo llamo la magia del cine. Más allá de una industria y una técnica, yo entiendo el cine como esa capacidad de provocar emociones en el espectador. Y Bayona sabe hacerlo. Reconozco que se me puso un nudo en la garganta y se me arrasaron los ojos varias veces, pero algunos momentos del final me resultaron redundantes e innecesarios. Bayona comete un único error que consiste en intentar convertir la sala de cine en un mar de lágrimas. Si todavía no has llorado, voy a sacarme de la manga otra escena intensa para ver si ahora te hago llorar. Alguna elipsis narrativa no hubiera estado nada mal. Quizás el montaje final se les quedaba muy corto y decidieron no recortar alguna escena que ahonda innecesariamente en el dolor. Reconozco que es la única pega que le he visto a esta excelente película. 

Tampoco es un gran fallo que invalide los momentos de buen cine que incluye la cinta: las visitas del monstruo y sus historias son realmente asombrosos, pero sí que le resta enteros para lograr ser la gran cinta que creo que Bayona buscaba.

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