lunes, 30 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land)


¿Tiene cabida un musical como La La Land hoy en día? ¿No son los musicales cosa del pasado?

Hay que ser muy ingenuo para creer que el público va a acudir en masa a las salas de cine para ver una película en la que los personajes se ponen a cantar sin venir a cuento cada dos por tres. Una cosa son los films animación de Disney tipo Frozen y otra es un musical con actores de carne y hueso. Que la gente ya no traga con esos musicales de antaño que de tan cursis y pedantes casi quedaban bien. Que la década dorada de los musicales pasó hace medio siglo. Esa contagiosa alegría de sus canciones y esa esperanza de que los sueños podían hacerse realidad ya nunca volverán a las pantallas de cine. Ya únicamente se ven ocasionalmente musicales basados en adaptaciones de musicales teatrales tipo Los miserables.
Y sin embargo, La la land es un musical, un estupendo musical. Contra todo pronóstico, Damien Chazelle (autor de la excelente Whiplash) lo ha conseguido. La La Land es la prueba fehaciente de que el musical sigue vivo contra viento y marea. El cine es, aparte de un negocio, la capacidad de hacernos soñar y hay que reconocer que los musicales eran especialistas en ese territorio. La La Land me dejó boquiabierto con su escena inicial. Ese monumental atasco que se transforma en una asombrosa escena musical rodada en una única toma me parece todo un prodigio y bien merece por ella sola el Oscar a mejor película del año. La planificación, la dirección y la coordinación son asombrosas. No es que los bailes hagan alarde de una gran coreografía ni los bailarines sorprendan por su técnica, pero la escena apabulla por su ejecución y su ritmo. A todo ello contribuye esencialmente la música de Justin Hurwitz (colaborador de Chazelle en Whiplash), su partitura es otra segura ganadora de este año y un clásico desde ya.
Tras su espectacular arranque el film o decae en ningún momento. Como todo musical, los sueños y la realidad se confunden y uno no sabe exactamente cuando van a ponerse a cantar los personajes, pero no nos importa. Las canciones son tan contagiosas y pegadizas que tras la primera escucha ya no puedes quitártelas de la cabeza.
Por mucho que se diga que el Jazz está muerto, Sebastian (un Ryan Gosling algo menos inexpresivo que de costumbre) es un consumado pianista de Jazz que persigue su sueño de abrir su propio local aunque para ello deba tocar en bandas que no son de su agrado. Por otro lado, Mia (una Emma Stone simplemente maravillosa) trabaja de camarera en busca de su oportunidad como actriz. A pesar de ser rechazada en decenas de castings no parece perder la esperanza.
Cierto que parece que la historia de amor entre Gosling y la sensacional Emma Stone va a ser la típica historia de amor de chico conoce chica y tal, pero aquí reside otra genialidad de La la land. El romance entre ambos personajes ocupa la primera hora de la película. Sin embargo, a partir de este punto el film continúa y se adentra ahí donde las películas no suelen hacerlo, en el día después. Es esta segunda parte la más madura y la menos fantasiosa, la que nos enfrentará a la realidad. No es La La Land la típica historia de amor con forzado happy end que incluye cientos de extras en Technicolor. No. La la land habla de la necesidad de luchar por lo que amas y le intentar lograr tus sueños a toda costa pero también de la necesidad de madurar. Al fin y al cabo, madurar es asumir que la felicidad no existe más allá de momentos concretos. Los sueños son una meta a conseguir, pero quizás alcanzarlos suponga demasiados sacrificios. Todo ello aderezado por excelentes números musicales y alguna escena de esas en las que a uno se le encoge el corazón.
Obviamente el apartado técnico está cuidado al límite, la fotografía homenajea a esos viejos musicales en Cinemascope rodados es Technicolor (aunque La La Land haya sido rodada en Panavision). Son más que evidentes los guiños a musicales como Bailando bajo la lluvia, Un americano en París o los clásicos de Fred Astaire y Ginger Rogers. Chazelle rueda las escenas musicales en largos planos secuencia que obliga a todo el elenco de actores a no cometer ningún fallo. Ni Goslin ni Stone tenían experiencia previa en musicales ni habían cantado ni bailado nunca antes. Su trabajo es excelente, ni cantan ni bailan especialmente bien, pero suplen sus carencias técnicas con sobrada convicción. Realmente la pareja funciona y tiene una química desbordante. ¿He dicho ya que Emma Stone está insuperable? Qué lección de registros demuestra esta joven actriz. Ya debieron de darle el Oscar por Birdman pero ahora no se lo va a quitar nadie.

Otro aspecto a destacar es la ciudad de Los Angeles como secundario de lujo. Chazelle nos presenta una ciudad de Los Ángeles totalmente idealizada, una ciudad en la que los sueños son posibles, por algo es la meca del cine. El reflejo de la ciudad nos retrotrae a la época dorada de los años 50 con esa fotografía saturada de color. Nada es causal, ni los colores del vestuario ni el más mínimo detalle. Todo tiene su significado en La la land. Igualmente Chazelle inunda su película de una fina ironía y una profunda nostalgia por un tiempo pasado que ya no volverá.

Lo dicho, un clásico desde ya. No se la pierdan

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